Braga
Los habitantes de Guimaraes se enorgullecen de vivir en la ciudad ue dio origen al país, la población e Braga (capital del distrito de su nombre y de la provincia del Minho), a 22 kilómetros de la anterior, ; ufana de haber sido siempre el centro religioso del país. Conocida ) como “la Roma portuguesa”, fue -durante el período del auge ecleástico medieval— la Ciudad de los arzobispos, donde ninguna autoridad, ni civil ni militar, sobre pasaba poder religioso.
Esta fuerte tradición de fe y cristiandad fue la causa de que varias docenas de construcciones religiosas se erigieran en la ciudad. En ningún momento, el visitante de Braga dejará de encontrar frente a él conventos, monasterios, iglesias, capillas y otros varios edificios construidos a nombre del Vaticano.
Fueron el mismo Conde Enrique y Doña Teresa, los padres de Don Alfonso I, los que mandaron a edificar la Catedral de Braga, en el sitio donde los árabes habían destruido, 400 años antes, la primitiva Iglesia de Santa María. Con su planta en forma de cruz latina, la Catedral representa un conjunto de estilos arquitectónicos, pero con predominio del llamado manuelino, estilo definida-mente portugués que combina elementos de lo morisco con un gótico florido. Original del siglo XII, tiene integrada a su estructura, en su lado sur, la Puerta del Sol. Varios tesoros del arte sacro portugués se encuentran en su interior, y su importancia se duplica cuando se conoce que la sobria Catedral fue considerada por el Vaticano, desde los primeros siglos de su construcción, como una “basílica romana exfra urbem“.
A algunos kilómetros de la ciudad, en lo alto de una serranía, está el Santuario del Buen Jesús. Una escalera majestuosa, en la que a tramos aparecen las catorce estaciones del Via Crucis, nos conduce hasta ese templo de estilo neoclásico. En los días del frío invierno, cuando cae la nieve —acontecimiento poco usual—, el lugar cobra una mayor belleza. En el jardín, a los pies de la iglesia, se encuentra la hermosa Fuente del Pelícano, que se recubre de una blanca espuma contrastante con el azul del cielo y con los tonos oscuros de los monumentos sacros, pero el frío nunca llega a congelar el agua que corre por las fuentes situadas más abajo, embellecidas con las esculturas de Los Cinco Sentidos.