El descenso del río Shannon
Quienes prefieran el barco al avión, llegan por lo general a Irlanda por el sudoeste, desembarcando en Rosslare. Son acogidos con los brazos abiertos, y la cerveza servida en el mostrador de madera pulida por miles y miles de codos. En Wexford, hermosa ciudad de callejuelas estrechas, los habitantes esperan al turista para guiarle hacia el mejor «pub cantante». En Waterford, tan orgullosa de su vieja Reginald Tower, como de su célebre cristalería, siempre se encuentra a alguien que cuente la historia de la ciudad y nos invite a una copa…, la primera de una larga ronda.
Tal vez el viajero prefiera la soledad de las dunas, la caza del zorro, el batir de alas de la reserva de pájaros de las islas Saltee, o ir a Dungastown, cerca de New Ross, y comulgar con el culto del antepasado de los Kennedy, que partió a hacer fortuna a las Américas; en cualquier caso, se puede admirar sobre una colina el magnífico parque que domina su modesta casa y contará fácilmente 6.000 árboles de todas las especies conocidas.
La costa sur es amable, sobre todo entre Cork y Bantry, de donde salió, en 1838, el primer vapor que atravesó el Atlántico. En Bearney hay que ir a besar en la cumbre de la torre, tras una agotadora subida de 127 escalones, la piedra milagrosa que hace elocuente… o por lo menos charlatán. También se puede, mediante un óbolo dejado a discreción del huésped, hacer una cura de silencio con los trapenses del Mount Mellerey Monastery. Como antiguamente en los pubs, no se admiten mujeres.
Glengarriff y su costa, calentadas por el Gulf Stream, y abrigadas por las desnudas siluetas de los montes de Caha, mezclan palmeras, higos chumbos, mimosas y madroños y retienen a los indolentes en una tibieza de invernadero.
Sin grandes esfuerzos se puede atravesar el corazón de la isla, descendiendo confortablemente en un pequeño barco de recreo, los 360 km del Shannon. El río nace muy al norte, casi en el Ulster, y va de lago en lago, acariciando las isals, y recorriendo algunos de los lugares más importantes de Irlanda. Hay que ver al pasar las ruinas sagradas de Clonmacnoise y viejos pueblos como Killaloe, donde residió Brian Boru y cuya catedral protestante posee un bello pórtico románico. Se llega al mar en Limerick, donde nació Lola Montez, la extravagante, irresistible, absurda y muy irlandesa, pese a su nombre (se llamaba en realidad María Gilbert), la que llegó a seducir a un rey y murió en la miseria.
El Shannon es para Irlanda una auténtica mina. Tras haber atravesado los 35 km del lago Derg, bordeado de castillos románticos, de tumbas olvidadas y de pueblecitos deliciosos, el río llega por fin a un profundo fiordo. Su orilla es despejada y las nieblas son raras. Desde 1945, Shannon Airport es una buena escala para los vuelos transatlánticos, y uno de los grandes centros del comercio internacional. Por allí es por donde los turistas americanos, con una fuerte proporción de emigrados irlandeses que peregrinan a sus orígenes, llegan a Europa. Se les recibe a lo grande. No sólo Shannon Airport fue el primero en tener unas tiendas libres de impuestos, no sólo fue uno de sus barmen quien inventó el maravilloso irish coffee, ardiente, con un poco de whisky azucarado y coronado con nata fría, sino que toda la región vecina se ha arrimado un poco a su sombra. Mientras que el irlandés, negligente, deja sin tejado sus mansiones y sus abadías, desvistiendo a veces a un santo para vestir a otro, se ha emprendido la ardiente tarea de restaurar los castillos (unos 200 en el condado de Clare) y de organizar veladas medievales, en las que unas espléndidas colleens (mozas) en trajes de época desean al viajero «cien mil dichas» y le ofrecen «el pan de la amistad» (una miga y una pizca de sal).
Se riega ésta con un licor igualmente medieval y folklórico, hecho con miel fermentada y jugo de manzana, pero durante el resto de la comida, amenizada con la narración al son del harpa, de las desdichas de Irlanda, este hidromiel es sustituido por un vino —español o francés— abundantemente escanciado. Entre las viejas piedras que han encontrado así el sabroso ambiente de los festines medievales, citemos Dromoland Castle y Bunratty, una de las más grandes fortalezas de Irlanda (siglo XV), al lado de la cual un museo al aire libre reconstruye un pueblo tradicional de la región: siete granjas o cottages con tejado de paja, donde podemos ver al pescador, al cacharrero, al herrero, donde pace el asno, las palomas se arrullan y el té es servido delante de la chimenea, en la que el fuego difunde un olor penetrante y dulzón