Zaire
Los extranjeros se imaginan Zaire como un país misterioso, en continua lucha con los elementos —visibles e invisibles— y cubierto por un bosque impenetrable, poblado de hombres-leopardos y de bestias feroces. Esta imagen ha sido frecuentemente descrita en novelas y comics, y basta recordar las películas de Tarzán para imaginar un mundo donde las bestias salvajes surgen a cada momento para devorar a los nativos que hablan «dialectos negros».
Todo esto, está cada vez más cerca de la leyenda que de la realidad. Es cierto que hay vastísimos espacios, comunicaciones difíciles y un pueblo ardiente que ha podido dar a los visitantes la impresión de estar perdidos en un mundo hostil. Pero para quien sabe observar, este universo extraño es atractivo. Basta con tener paciencia.
Esa es la auténtica llave de Zaire: la paciencia. Aquí el tiempo tiene una duración distinta, que no se mide en horas y mucho menos en minutos. El ponerse nervioso no sirve para nada, muy al contrario, una sonrisa, un poco de conversación son los mejores instrumentos para que a uno le sirvan. Discutir forma parte de una tradición establecida, que hay que saber aceptar y, mejor aún, apreciar.
Una geografía dominada por el agua
El ecuador divide prácticamente al país en dos. Ahora bien, en África, quien dice ecuador dice selva virgen y trombas de agua. Zaire no es excepción: una gran parte del territorio está cubierta por un bosque primario, denso, cuyo inmenso tapiz vegetal sube hasta el infinito. La dificultad de penetración y de los recursos reducidos hacen de ella una zona poco poblada, dominada por los pigmeos, que viven de la recolección y de la caza en completa armonía con su medio. Fueron rechazados al este de la selva por tribus de agricultores que practican el cultivo sobre rastrojeras y que se desplazan cuando el suelo está agotado. Las grandes lluvias ecuatoriales caen como diluvios con una violencia a veces espectacular. No es raro ver los tejados de las casas quedar arrancados o un torrente de agua barrosa invadir los caminos.
Estas aguas alimentan la cuenca del Zaire (el antiguo río Congo), que cubre el con junto del país e incluso se desborda un poco por las fronteras. En los antiguos tiempos, había allí un mar interior. Poco a poco ha desaparecido, dejando subsistir sólo algunos lagos (Mai-Ndombe, Tumba).
En esta depresión se teje la red hidrográfica. Tan apretada como las venas de un cuerpo humano, desempeña un papel vital. Nervaciones muy finas en el Este y en el Sur, donde se forman, luego cada vez más grandes hasta alcanzar proporciones gigantescas: más arriba de Kinshasa, el río tiene 15 km de ancho! Después de la capital, en olas y torbellinos, discurre a través de una serie de rápidos y cascadas, antes de desembocar en el Atlántico. Su caudal y la superficie de su cauce sólo son superados por los del Amazonas. En Inga, entre Kinshasa y la desembocadura, se está edificando un conjunto hidroeléctrico que, una vez terminado, será el más poderoso del mundo. Realizado en varias ramas, la obra producirá más energía de la que la región puede consumir. Ya está previsto el transportar la electricidad hasta Shaba (¡a unos 1.900 km de allí!) a través de una línea de alta tensión —lo que constituiría un record mundial—, para alimentar las fábricas de la región minera.
El interior de la cuenca está cubierta de bosques, por lo que las carreteras son poco numerosas. Además, son impracticables durante una gran parte del año, ya que la laterita se transforma, por efecto de las lluvias, en un limo viscoso en el que los camiones y coches todo terreno, resbalan como pastillas de jabón sobre el pavimento. Las vías de agua proporcionan el medio más seguro —y más económico— de desplazarse, de transportar gruesos materiales y de penetrar en regiones que, sin ellas, serían prácticamente inaccesibles. Agradable por lo lento, este medio de transporte permite al viajero descubrir la vida interior del país, conocer mejor su economía y tener más contactos con las gentes de Zaire, simpáticas, pero circunspectas y un poco difíciles de abordar.