Sucre
En Sucre se siente uno apaciblemente aislado del mundo vertiginoso en que nos movemos a diario. Sucre parece estar lejos de todo. Es una ciudad en la que uno quisiera quedarse a descansar, a liberarse de tensiones, a vivir la vida en un tiempo más lento, para saborearla mejor.
Ciudades americanas que hace cuatro décadas andaban, como Sucre entonces, por los 50 mil habitantes más o menos, hoy son metrópolis que ya pasan del medio millón o del millón de almas. De pequeñas poblaciones, en el curso de unos pocos años, se transformaron en gigantescas urbes, condenadas a crecer siempre, sentenciadas a un destino de megalópolis cada vez más mecanizadas. Con Sucre no ha sucedido así.
No es fácil llegar a Sucre. La ciudad está enclavada en el mismo corazón de Sudamérica, muy alta, a 2750m sobre el nivel del mar, y en sus afueras se ubica un interesante punto geográfico, el divortium aquarum (separación de las aguas), lugar donde divergen las cuencas del Amazonas y del Plata. Esto último basta para darnos una idea de lo muy adentrados que estamos en el continente sudamericano cuando se anda por esos rumbos.
Sucre —remota— no está cerca de ninguna gran urbe. Por tierra, se une por carretera con las ciudades bolivianas de Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra, pero el camino no es muy transitable en época de lluvia. El ferrocarril la une con Potosí y La Paz, pero el viaje hasta esta ciudad es largo (aprox. 22 horas) y tampoco el tren, aunque cómodo, puede siempre cumplir el trayecto cuando los temporales arrecian.
El avión, pues, es la vía más confiable, y varias aerolíneas bolivianas proveen un excelente servicio (vuelos directos a La Paz, Cochabamba, Santa Cruz y otras ciudades de Bolivia). Sin embargo, aunque en Sucre aterrizan jets, es relativamente frecuente que haya que cerrar el aeropuerto por mal tiempo, a veces por varios días. Resolver esto es asunto de primera prioridad para que Sucre pueda atraer al turismo que merece, pues es una ciudad con mucho que ofrecer. Por lo demás, el vuelo hasta La Paz o Santa Cruz es corto y, una vez en esas ciudades, es fácil conectar con vuelos internacionales.
De todos modos, aunque Sucre no sea, hoy por hoy, la ciudad más accesible del mundo, bien vale la pena llegar hasta ella … ¡y es una lástima que tan poca gente lo sepa! Es alta, sí, pero la altura no afecta al visitante, aunque sea de tierra baja, quizá por la limpidez del aire, casi exento de contaminación. Además, cualquier malestar pasajero se contrarresta con el reconfortante “té” de coca, (mate de coca le llaman por allá), quizá más rico combinado con anís y manzanilla.