El islam
La pobreza es mala compañera. La miseria sin esperanza es un caldo de cultivo para el radicalismo político y religioso. Y muchos gobernantes han jugado esa carta. Primero han utilizado la fe de Mahoma para mantener a sus pueblos al margen de una modernidad que podía llevarles a cuestionar su derecho a dirigirles. Luego, cuando el Dios generoso se ha vuelto vengador, emplean la amenaza del islamismo para que los países occidentales lesayuden a mantener a raya a los descontentos que les ponen en tela de juicio.
Además de las costumbres sociales, la situación política también marca cómo se comportan los musulmanes en el mundo. Su capacidad para criticar, asociarse o manifestarse no es igual en Irak, Indonesia o Reino Unido. La articulación política de los palestinos, tras medio siglo de diáspora y lucha por regresar a su tierra, no tiene nada que ver con el silencio de los libios. El eclecticismo del islam asiático contrasta con el rigorismo de los saudíes wahabíes, una minoría cuyo poder económico amplifica sus intereses.
La “minoría” musulmana india -más de 100 millones de fieles-Junto a los indonesios -170 millones-, supera a todos los musulmanes que
habitan los 22 países árabes, del golfo Pérsico al océano Atlántico. Los seis millones de musulmanes norteamericanos o los diez que ya habitan la Unión Europea suman más que todos los habitantes de los emiratos petroleros situados al este de la península Arábiga. El tópico les pinta mirando juntos hacia La Meca a las horas del rezo. Pero 1.300 millones dan para mucha variedad.
Ahmad un amigo palestino poeta, se declara ateo. El joven iraní Bahram se confiesa trotskista y pide discreción, pues está mal visto. La mayoría no está ni en un extremo ni en otro. Como los egipcios Nagua y Moein, que conjugan lo mejor de los dos mundos. Sus referencias escolares son Mahoma, el Corán o la batalla de Kerbala, en vez del portal de Belén o la Biblia, pero sus aspiraciones son un mundo mejor para ellos y sus hijos.
En Arabia Saudí, Irán y en el Afganistán de los talibanes, las mujeres, nacionales o extranjeras, tienen que cubrirse de la cabeza a los pies por ley. En muchos otros países, lo hacen por convicción o presión social. En todos, la sociedad es, en líneas generales, más religiosa y conservadora en sus costumbres que la europea. Pero detrás del velo, de los muchos velos que les cubren, esos seres humanos son básicamente como nosotros.